Con su incansable lucha a favor de lxs oprimidxs de esta tierra. Él ardía con tantas ganas el sueño eterno de la revolución que era imposible acercarse sin encenderse unx mismx en la esperanza de la utopía. No era apto para tibios.
Caminar las marchas y encontrar a Julio era el abrazo asegurado, la palabra justa, la palmeada en la espalda. Escuchar a Julio era saber que hay compañeros y compañeras que son síntesis de nuestras luchas.
Por eso también nosotrxs vamos a honrarlo como vivió, en las calles, en las luchas y con el puño en alto.
Vamos a estar a la altura de las circunstancias, mirando hacia abajo buscando y siguiendo las huellas de ese gigante y hacia el horizonte que nos trazó.